Nacimiento y ocaso de los partidos políticos

Desde 1980 un total de 42 partidos políticos han emergido al mundo electoral salvadoreño. La mayor parte de ellos no sobrevivieron más de una década en tanto que otros perduran hasta el día de hoy. ¿Qué es lo que permite que un partido adquiera longevidad en contraste con los efímeros? Parece ser que los partidos políticos que perduran en el tiempo son los que surgen a partir de procesos históricos de carácter nacional. Entre ellos se puede mencionar a los partidos ARENA y FMLN. De igual manera, fueron expresión política de su momento histórico el PCN y el PDC, que con cambios de identidad importantes sobreviven con apoyos disminuidos. En cambio, los partidos políticos que surgieron a partir de iniciativas personales, divisiones y grupos académicos, sin ser eclosión de la agitación histórica, no pudieron captar las preferencias y desaparecieron relativamente pronto.

Precisamente porque los partidos políticos que perduran son hijos de las grandes inflexiones históricas, nacen encarnando ideales tras los cuales amplios sectores sociales se ven identificados. Más que intereses promulgan principios como la libertad, la justicia, Dios, la paz, la unidad. Con tales ideales no es de extrañar que los ciudadanos recobren esperanzas en un cambio que les permita salir de sus carencias, pobrezas y frustraciones. Con apoyo mayoritario los partidos llegan al poder y entonces se produce un choque entre los principios proclamados y el pragmatismo del ejercicio del poder. Llegado a ese punto, puede ocurrir que el partido logre supeditar su praxis a los principios que le hicieron nacer o, más comúnmente, que los principios se sacrifiquen en aras del pragmatismo coyuntural. Al ocurrir esto último, los intereses van desplazando paulatinamente a los principios al mismo tiempo que la distancia entre la visión de los dirigentes y la de quienes les apoyaron aumenta. Los principios comienzan a trocarse por intereses elitistas. El proceso continúa hasta que los ciudadanos se sienten traicionados, desesperanzados y frustrados.

Si existen las condiciones, la situación podría derivar en una crisis social que, a su vez, inspirará el surgimiento de un nuevo partido político que encarne principios renovados de honestidad, justicia y solidaridad. El ciclo se ha cerrado y un nuevo partido político emerge. No obstante, no se debe olvidar que la historia no es cíclica y que nunca vuelve al mismo punto de partida. Más bien es una espiral que con cada ciclo avanza y nunca vuelve al punto exacto de partida. El siguiente ciclo puede ser mucho más corto, más corto que una generación, la paciencia de los ciudadanos ya no es novata. Las crisis pueden precipitarse con rapidez y la sensación de traición volverse más abrumadora, provocando reacciones radicales y no siempre pacientes.

La postergación de la solución de los problemas más sentidos de la ciudadanía sume a las personas en una frustración que puede predisponerles a tentaciones dictatoriales o, por el contrario, anárquicas. En cualquiera de los dos casos el país experimentará un estancamiento democrático y un retroceso económico y social. Los partidos pierden su pertinencia y se vuelven minoritarios; así se generan nuevas demandas sociales, una de las cuales debería ser la del ejercicio de la política verdaderamente basada en principios, para desplazar el populismo y colocar al Estado al servicio de los ciudadanos.

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