Nuevos candidatos para las pandillas

Los jóvenes agrupados en pandillas poseen el denominador común de una baja autoestima. El vacío emotivo que experimentan lo compensan incorporándose a una pandilla: un grupo altamente homogéneo en donde las prácticas del hiper machismo les permiten compensar sus vacíos de personalidad. Su carencia de estima se origina en la conjunción de diversos factores entre los que se pueden mencionar: la descomposición familiar, el maltrato, el abuso sexual, la pobreza, la falta de oportunidades, ausencia de modelos positivos. A estos elementos se les llama factores de riesgo de la violencia y, al combinarse, provocan las conductas agresivas que conducen a niños y jóvenes a incorporarse a las pandillas. Mientras no se comprenda que la etiología de la violencia se encuentra en esos factores, claramente sociales, difícilmente se podrán elaborar políticas efectivas de mitigación de la violencia. Esa es la razón por la que el mano durismo, en lugar de aliviar el fenómeno, lo incrementa. Solamente añade más caldo al mismo guiso.

¿Podemos tener esperanza de un país libre de la violencia de las pandillas en el futuro? La respuesta depende de la incidencia que en el presente se esté logrando sobre las variables sociales de los niños y jóvenes salvadoreños. El Informe de la Situación de la Niñez y Adolescencia en El Salvador, presentado recientemente por UNICEF, es una fotografía actual que nos muestra el panorama de la niñez y, consecuentemente, presagia el futuro que nos depara. Entre los índices más importantes se puede mencionar que se ha producido lo que UNICEF llama «la infantilización de la pobreza». La cual refiere a un creciente empobrecimiento de niños y adolescentes. Un 44% de ellos viven en hogares pobres contra un 30% de los adultos. Los índices de pobreza han ido disminuyendo en los últimos años, pero se han ido concentrando sobre la niñez, quien sufre mayor marginación y falta de oportunidades. La intensidad de la pobreza incrementa en la medida que disminuye la edad de los niños.

En la actualidad el 27% de los niños salvadoreños viven sin sus padres y otro 43% solamente con uno de ellos. De ese total de niños que viven en condiciones de abandono o de abandono parcial un 70% sufre algún tipo de violencia. Una de las formas más comunes de violencia es la agresión sexual. Del total de abusos sexuales cometidos en un período de diez años (2001-2011) el 94% fue en contra de un menor de edad. Además, el 89% de los homicidios es en contra de niños o adolescentes. Los adolescentes varones entre los 15 a los 19 años de edad viven condiciones de incertidumbre ante el riesgo de ser asesinados, y las niñas de ser abusadas sexualmente. En cuanto a oportunidades de educación la situación tampoco es alentadora. Solamente un 1.4% tiene acceso a educación inicial de 0 a 3 años. La mitad tiene acceso a educación parvularia, luego se incrementa en educación básica pero la pirámide vuelve a invertirse a partir de la educación media.

Este panorama de pobreza, abandono, violencia y carencia de educación es el caldo de cultivo donde la sociedad ya incuba los nuevos candidatos a miembros de pandillas. Mientras no se produzcan los cambios estructurales que permitan cambiar las variables sociales que viven los niños y los jóvenes, tendremos pandillas para buen rato.

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