Un año para encontrar el sentido de la vida

El año termina y nos deja el sabor acre de la partida de amigos y conocidos con quienes nos imaginábamos para largo rato en el futuro. El nuevo coronavirus expuso lo fácil que es que «se rompa el cuenco de oro y el cántaro se quiebre junto a la fuente», como dice el Eclesiastés. Todo fue propicio para preguntarse sobre el sentido de la vida. Este es un tema del que recurrentemente se ha ocupado la Química, la Física, la Biología, la Filosofía y la Teología.
El esfuerzo que esas disciplinas han desplegado evidencia que la respuesta no es tan fácil como parece. Pero, se puede partir de elementos que son fácilmente observables. Uno de ellos es que la vida no es la cualidad de un individuo sino la característica de millones. Pertenecemos a algo más grande que, de manera general, llamamos Vida. Es un continuo que pasa de una generación a otra. La vida proviene de la vida y nunca es de otra manera. Cada ser viviente lo es porque la recibió de un predecesor. La vida es un don y no un mérito que la persona alcanza. Por tanto, el estar vivo es también una responsabilidad ante el conjunto de los seres vivientes. Solo somos administradores de la existencia y debemos decidir cómo la dirigimos e invertimos. No es correcto hacer con ella lo que se desee bajo pretexto de que es propia, la hemos recibido y no tenemos más que un papel limitado en engendrarla.
Existe un propósito que debemos cumplir y es el de contribuir a que la vida continúe en condiciones de preservación. Eso supone trabajar para que el mundo de los vivos reciba no solamente la satisfacción de sus necesidades biológicas primarias sino también las condiciones que hacen que esa vida sea humana. Con su capacidad para desarrollar creatividad, arte, ciencia, solidaridad, comprensión y paz. La espiritualidad juega en ello un papel importante como fuerza inspiradora. Pasar por la vida, viviendo por vivir, sin atinar al privilegio de cumplir con un propósito, constituye la alienación más abyecta. El individuo pierde su capacidad de conocerse a sí mismo y de amar. No atina a comprender el sentido de su ser esencial.
Todos los seres que participamos de cualquiera de las formas de la vida, desde los más originarios hasta los más complejos, de los más ancestrales hasta el Homo sapiens, estamos formados por veinte aminoácidos y cuatro ácidos nucleicos. El alfabeto universal con el que se escribe la inconmensurable biodiversidad de la naturaleza y que nos dice a gritos que todos somos hermanos, hijos del mismo Padre. La Tierra es un organismo vivo, gigantesco, que une a todos los seres en redes de interdependencia de niveles múltiples. Esta perspectiva debería conducirnos a desarrollar sentimientos de pertenencia, cooperación y respeto pues, según el oráculo divino, el destino de la tierra y de la humanidad es un mismo y único destino.
La responsabilidad de usar bien la vida, invirtiéndola en su preservación universal, es la función más seria que ha sido depositada en nuestras manos. Deberíamos ser capaces de hacer un proyecto de voluntad política colectiva y un propósito personal de transformar el mundo. Un pacto social que no incluya únicamente a los seres humanos, sino a toda la comunidad de la vida. Hasta lograr el gran fin de la materia sagrada de la vida finalmente reconciliada consigo misma y con su raíz común: el Creador inmortal.

Comments
2 Responses to “Un año para encontrar el sentido de la vida”
  1. Isidro cañas dice:

    Busca la programación de hoy de Elimtv, mola encontré… pero si encontré esta excelente reflexión saludos y que Dios les bendiga ricamente

  2. Eli dice:

    Graciaaa por compartir

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