¿Y si te ponen donde hay?

El siguiente artículo de opinión lo escribí en septiembre de 2018 y El Diario de Hoy lo publicó el mismo mes con este mismo título. Vale la pena reeditarlo porque sigue siendo pertinente. Aunque los protagonistas hoy son otros, los males siguen siendo los mismos, porque la naturaleza humana es invariable. De allí que siempre es necesario que la Iglesia insista en los valores y principios propios de su misión. El mensaje evangélico es siempre verdadero porque no expresa una preferencia partidaria sino las enseñanzas bíblicas sobre lo que el humano es. Con el deseo de que vuelva a servir de guía, aquí está de nuevo:

Giges fue un pastor de ovejas que, después de un vendaval y un terremoto, vio que la tierra se había agrietado para formar un abismo en los campos donde pastaban sus ovejas. Intrigado descendió por la grieta y encontró un caballo de bronce que contenía un cuerpo sin vida y sin otra cosa más que un anillo de oro en uno de sus dedos. Giges decidió tomar el anillo y quedarse con él. Posteriormente y de manera incidental, descubrió que el anillo tenía el poder mágico de volverlo invisible cuando le daba vuelta en su dedo. Al asegurarse del poder de su anillo se dirigió al palacio, donde aprovechando su capacidad de volverse invisible logró seducir a la reina, asesinar al rey y convertirse en el nuevo rey, un rey tirano. Con el poder de su invisibilidad Giges tuvo la opción de hacer el bien, descubriendo criminales y luchando por el bien común. Pero, por el contrario, buscó su provecho personal adquiriendo riqueza y poder.
La historia se encuentra en el libro segundo del Diálogo de la República de Platón. El propósito de la historia es reflexionar sobre si el hombre es justo por naturaleza o por coerción, la coerción de las leyes y de las consecuencias del mal obrar. Platón afirma que la mayor parte de personas actuaría a semejanza de Giges al gozar de la impunidad que el anillo de la invisibilidad les proporcionaría.

La reflexión de Platón, de hace más de 2,300 años atrás, sigue teniendo total validez ante los sonados casos de corrupción de hoy en día. Cuando una persona asume como funcionario público alcanza poder que se traduce en cierto grado de impunidad. A mayor autoridad alcanzada, mayor capacidad para volverse arbitrario e “invisible”. Los privilegios que otorga el rol de servidor público no son usados para el fin que se crearon sino para complacer los intereses más egoístas, miserables e insensibles. Ante ello los ciudadanos adoptan la idea de que los políticos son una cloaca de corrupción y no dejan de indignarse ante tanto delito. Pero ¿qué ocurriría si cada uno de esos ciudadanos condenadores fueran ubicados en la misma posición? ¿Qué haría cada uno de ellos con el poder de la invisibilidad? De acuerdo con Platón, casi todos terminarían por reeditar la misma conducta.

El anillo de Giges no se encuentra solamente en las grietas del campo público sino también en el privado, en la academia, en el religioso, en la familia y en lo personal. El carácter del hombre se manifiesta en las conductas más pequeñas y cotidianas: en la honradez al declarar y pagar los impuestos, en el pago de salarios humanos, en el cumplimiento de la palabra que se empeñó a un hijo, en la puntualidad, en el respeto al cónyuge, en el uso de la verdad. Esos elementos son los que al final de cuentas dan respuesta a el qué haríamos en posesión de un privilegio distintivo. Lastimosamente, son justamente esos elementos los que no se tienen en cuenta al decidirnos por un negocio, un médico, un pastor, una pareja. Para el caso de las elecciones ¿somos capaces de percibir la egolatría, las infracciones a la ley electoral, las mentiras, las promesas fantasiosas e inútiles, el inusitado interés en los problemas de lugares recónditos que nunca se habían visitado? Significa entonces que ¿no hay salvación para esta plaga? Claro que sí, ve tú y haz la diferencia comenzando por tu círculo íntimo y tu vida privada.

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