¿Quiénes son los pastores?
Nadie sabe cuántos pastores hay en El Salvador. Ni siquiera cuántas iglesias. Aunque siempre ha existido el interés de parte de universidades y entidades cristianas de realizar un censo que recoja esa información, hasta el día de hoy no se ha hecho. Una de las dificultades para realizarlo es que no hay una definición unánime de lo que es un pastor. En la Iglesia católica las cosas están muy definidas y aceptadas universalmente, se sabe bien quién es un sacerdote y quién no. Pero en el caso de la Iglesia evangélica las cosas no son tan claras. No se han definido las cualidades necesarias para ser un pastor y tampoco quién acredita a una persona como tal.
Esto se debe a las raíces históricas de las Iglesias evangélicas que se nutren de algunos de los postulados de la Reforma del siglo XVI. Uno de ellos es el del sacerdocio de todos los creyentes: una enseñanza protestante que se opuso al centralismo de la jerarquía católica para abrir el espacio para que cada creyente pudiera interpretar las Escrituras por sí mismo. Al ser universal la facultad de interpretarla, también se hizo universal la facultad de enseñarla. Así se abrió la puerta para que casi cualquiera pueda asumir roles de enseñanza y, por tanto, de pastor. Cualquier cristiano que «se siente llamado» puede alegar ser un pastor.
Sobre ese principio, cada denominación evangélica posee sus propios requisitos y procedimientos para ordenar pastores, sin que haya una estandarización. No hay manera de normar esos elementos sin violentar el espíritu del ser esencial de los evangélicos: su relación personal directa y suficiente con Dios. Pero en lo que sí hay consenso general es en la comprensión de lo que es ser un pastor. La misma palabra «pastor» es tomada del nombre que recibían las personas que cuidaban las ovejas. Un pastor es la persona responsable de guiar, alimentar, proteger y procurar descanso para el rebaño. Por tanto, metafóricamente, se le llama «pastor» a quien asume esas responsabilidades en una comunidad de creyentes.
Los pastores son muy amados, valorados y respetados entre los cristianos, pues son ellos quienes los escuchan, animan, apoyan, aconsejan y enseñan. Los pastores están en los momentos de alegría y de dolor, en bodas y funerales, en salud y enfermedad. Ellos son quienes conocen mejor a sus feligreses y viceversa. Nadie puede decirle a un creyente quién es su pastor, él es quien válidamente lo sabe mejor que nadie.
Por supuesto que, dentro de esta flexibilidad, es muy fácil que alguien finja ser pastor por intereses muy distintos a los del servicio. Eso sucede. Pero, afortunadamente, no es algo que ocurra muy a menudo, ni que dure mucho tiempo. No se puede vivir solo de apariencias en comunidades tan estrechas y con dinámicas tan intensas como las Iglesias evangélicas. También pueden existir los pastores que pecan de ingenuos. Aquellos que queriendo ayudar sinceramente a otros, terminan siendo utilizados por mentes malévolas. Eso también sucede. Pero igual, no muchas veces, ni por mucho tiempo.
Teniendo en cuenta este contexto, es fácil comprender por qué la afirmación de que el 80% de los pastores pertenecen a estructuras criminales es totalmente desacertada. No existe una base, como se ha explicado, para saber cuántos pastores hay en el país, ni para identificarlos, ni para individualizar responsabilidades, ni para establecer porcentajes.
Después de 42 años de dedicación total al ministerio de la palabra, con una vida de relación estrecha con pastores de muchas denominaciones, habiendo sido y siendo parte de juntas directivas de diversas entidades eclesiásticas y paraeclesiásticas, conociendo y siendo conocido ampliamente en el ámbito evangélico y más allá, considero, con mucha humildad, estar acreditado para afirmar que los pastores evangélicos no somos miembros ni tenemos relaciones delictuosas con grupos de pandillas. En la eventualidad de que existiese algún caso así, sería eso: una eventualidad.
La afirmación es antojadiza y se da en un contexto de propaganda electoral, campo en el que tampoco es acertada pues se trata de una desacreditación injusta contra los amados y respetados pastores del 40% de la población salvadoreña (de acuerdo con el estudio sobre religión dado a conocer la semana pasada por la Universidad Francisco Gavidia en asocio con el Canisius College de New York). En política ocurre que a veces se comenten desaciertos, este fue uno de ellos.
Esa afirmación salida de la atrocidad y desesperación de un régimen fallido y arbitrario por parte de el gobierno actual y otros incautos políticos que están ya en acción electoral es injusta, atroz, vulgar, sin valor alguno. A igual que en los tres años de administración se han ocupado de mentir y dañar la paz de todo un pueblo. Generan odio desde los puestos que administran. Se dan a una publicidad perversa, que tiende a engañar y seducir a los simples. Y no seguirán más adelante pues han seguido ese camino de dañar personas respetables, y desconocen el misterio de la reconciliación. La verdadera honra es la que procede de Dios : Juan 12:26 Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará. Y esto es grandes dimensiones cuando El Padre, así como honró a su Hijo, hoy El Señor sostiene, fortalece y honra a sus siervos. Es mejor la aprobación que procede de Dios, somos soldados de Cristo. Aquella afirmación viene de estructuras perversas fuera de la Verdad y Justicia divina. El pueblo de Dios sabe muy bien que estos postreros tiempos son peligrosos: habrá persecusion por causa del Nombre del Señor. Y ya todas esas inclinaciones y apreciaciones nacen del mismo infierno y es una muestra de ese misterio de iniquidad que pretende golpear, perseguir, disminuir, silenciar la voz y el crecimiento de la Iglesia del Señor Jesucristo. Pero no podrán
contra el Reino de los cielos. Vayamos juntos hombre y mujeres del Señor rompiendo con todo esquema violento, injusto y mundano de este siglo. Dios conoce a su siervos y ellos son benditos. No te detengas amado hermano.
Adal R
21agosto 2022